Desarrollo y curaduría, texto de sala, diseño de montaje y de piezas gráficas por Valeria Rovatti

A los pocos segundos de llegar a la dirección correcta y todavía aturdida por mi viaje, veo a Valentín doblar la esquina del otro lado de la avenida: en el medio, entre el cielo y el pavimento de Buenos Aires, aparece caminando. Mientras los ruidos del barrio me molestan, a él no lo desconciertan. A tal punto que creo que mantienen un diálogo.

Ya en su taller, camino y espío los recortes que se apoyan en latas de pintura, manchas sobre papeles enchinchados, leo referencias pegadas en cuadernos abiertos… La escena es la de un etiquetado febril que cubre el espacio de trabajo, en donde las formas, los colores y los sonidos de la calle son los personajes principales de este empapelado.

Entran por la ventana al interior de la habitación y entonces las insignias y carteles se vuelven familiares: fantaseo ya haberlas visto alguna vez.

Cuadernos, patrones, insistencia. Colecciones, repetición, cantidad. Aquellos fragmentos evidencian un estudio minucioso y se transforman en un storyboard inicial que le permiten luego entrar en acción. Como en toda traducción, algo se pierde y aparecen otras posibilidades que vuelven a generar un sinfín de alteraciones y modificaciones.

Envoltorios, packagings, stickers y catálogos.  En el trabajo de Valentín, el rejunte es una estrategia disparadora que nace de la motivación por explorar, desde su práctica, la plasticidad de un código-otro.

Bocetos para un lenguaje en búsqueda de una identidad, (o quizás debería llamarlo branding) donde las etiquetas, las esculturas, tramas y texturas invaden cada esquina. Por su parte, las pinturas son un juego o quizás una distracción momentánea en donde todo vuelve a empezar, una puesta en juego de aquellas observaciones y cuestionamientos que lo interceptan frenéticamente.

Co.ink parte de un proceso de naturaleza híbrida: busca atravesar algo parecido al trabajo exhaustivo de crear un logo y a su vez tan lúdico como bailar y dejarse llevar para alejarse lo máximo posible de esa meta. Reúne una serie de trabajos que involucran tanto la observación como la reflexión sobre el universo publicitario, origen de su formación. Reciclando productos, dibujando etiquetas o ensamblando objetos, Valentin reorganiza elementos negociando de manera dinámica y poniendo un pie en el ya conocido cruce arte-diseño. Las posibilidades del mundo quedan atrapadas en tirar una moneda hacia arriba o quizás en el intento por controlar la dirección de una mancha de pintura.

Desde esta vivencia, la sala se desborda en un escenario compulsivo: después de todo, el exceso de información se nos hace más cotidiano de lo que imaginábamos.